UN ARBOL EN LA MIRADA

Siempre era fiel a mi mirada, cada mañana le observaba desde mi ventana. Pudo mantenerse erguido ante vendavales o asfixiantes sequías. Sobrevivió a los envites de tantas emanaciones asesinas, despedidas como si de sables se trataran por todos los motores incesantes que desfilaron bajo su copa enorme, pero armoniosa y con perfecta redondez. Con solo poner mis ojos en el, sabia la estación exacta en la que me encontraba.

En invierno se desnudaba y sin pudor mostraba sus ramajes, como si se tratara de enmarañadas arterias. En primavera era todo el macula de un blanco resplandeciente, con su floración a modo de racimos, que por un corto espacio de tiempo ejercían su poder con belleza impenetrable, quizás porque eran flores de corta vida, acabando estas en volátiles migajas blancas. Una vez desnudo de su ornamento, arremetía con fuerza su atuendo veraniego de un verde atrevido y compacto. Sus miles de hojas, cansadas de tanto sol, envejecían en septiembre y comenzaban a gravitar, a la vez que con mucha pereza dejaba caer sus frutos, como si de una madre se tratara, que se resistiese a abrir la puerta para que salgan sus hijos ya adultos.

Fueron muchos anos de mi vida viéndonos y sintiéndonos cerca, árbol de mi mirada, y, ahora por imperativo urbanístico, basto solo un toque de una mostrenca pala para tirarte por tierra. Sin perder tu porte majestuoso te arrastraron, lo mismo que arrastra el viento una hoja en el otoño, tal vez envejecido y cansado de ser tan generoso y de hacer de bastión en esta jungla humana.

Ahora cuando abra mi ventana, me consolare dibujándote en el aire.
Pepa Fernández Marzo 2006

No hay comentarios: