MARIAL, PROFESORA PARA SIEMPRE



Hace poco recordaba yo a una persona que conocí sin preámbulo alguno, y hoy, después de muchos años mantenemos una relación entrañable e incondicional. Llamaba yo a este encuentro “Los pequeños aciertos de la vida”. Contigo Marial me pasó algo parecido, pero cambiando el calificativo por grande. Sí, porque grande ha sido el que fueras tu mi maestra, ya que no está en nuestras manos elegir los profesores, cuando se tiene una de tu talla, es para considerarse tocada por una rayo mágico, y no digo esto porque lo idealice y lo engole con el paso del tiempo, no, fui consciente de ello desde el primer día que subida en la tarima te vi impartir la clase de literatura.

Eras la directora del Instituto y también profesora de literatura, y yo, una más de tus alumnas en aquel bachiller nocturno. Allí acudía como si realizase un acto de fe, era peregrina de autentica convicción. Gracias al saber que me trasmitiste tu, y otros profesores de lujo como fueron José Bolado, Mª Teresa González, Secundino, Pili (matemáticas), y alguno más que ahora no recuerdo y seguro son dignos de mención. Ese bachiller me abrió muchas puertas en la vida, pero sobre todo la puerta grande de la inquietud literaria.

Fuiste Marial, la que sembraste en mi intelecto la semilla de la lectura, la poesía y en definitiva la sensibilidad por todo lo que sea arte. Tus clases de literatura eran una gozada como diría uno de los de ahora), nos hablabas de autores, sus obras y hasta sus cuitas más privadas. El Siglo de Oro lo convertiste en algo cercano a nosotros y la Generación del 98 y del 27 fue todo un placer meternos en ellas, y por momentos todo un reto, ya que algunos de los protagonistas de esos movimientos literarios eran denostados por imperativo político. Con todo ese caldo de cultivo, se enriqueció nuestra mente, adquiriendo capacidad de análisis, y, aprendiendo a distinguir lo autentico de lo banal.

Cuando al final de tus clases sonaba la campana, sentía una rabia interior, porque aquel sonido, sin remisión, me alejaba del placer de disfrutar de ellas, para meterme de nuevo en mi existencia de madurez prematura.

Fuera de las aulas, con el paso de los años llegamos a ser amigas, porque, aunque recta y exigente como profesora, siempre quedó prendida en mí la llama incombustible del recuerdo y el respeto a la maestra inigualable que fuiste.

Montones de vivencias se agolpan en mi cabeza. Aparte de tu acertada enseñanza, también guardo en mi corazón lo que fue más lúdico, pero no por eso menos pedagógico. Aquellos viajes de estudios recorriendo media España en la guagua de la Pola pilotada por Cuqui.¡Cuanto arte en vivo y en directo!, la gente se arremolinaba a nuestro alrededor, cuando tu explicabas los cuadros de Velazquez en El Prado, era toda una lección magistral. Y corre que te corre hasta el sur para seguir con más arte, y porque no decirlo, también con algún quitapenas.

Marial, estas y muchas más cosas que guardaré para siempre, serán el mejor legado que me hayas podido dejar.


Tu alumna, Pepa Fernández




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