DUNA

Ni blanca ni morena, sencillamente dorada, quieta y movida a la vez, según manden los vientos, también la luz abrasadora manda en el desierto; cuando recibes sus rayos partículas galácticas hay en ti y gozosas sombras en tus curvas, las mismas que te hacen parecer cuerpo de mujer desnudo, pero con pulcra desnudez. Nadie te esculpió, nadie cinceló tu torso, y, mirándote con ojos ensoñados, perfecto cuerpo de mujer pareces: redondeados glúteos, firme espalda, tersos pechos, ondulados hombros. Sedosa piel es tu arena, siempre joven y resplandeciente, desnudo de mujer tumbada de caprichosa manera. Desde mi rincón de fantasía así te veo. Duna del desierto, de inmaculada forma, eres eterna y no sabes de vejez, tu piel es lisura y perfección.
Aunque el siroco meza tu cuerpo, volverás a caer dulcemente en un nuevo aposento con insinuantes curvas. Tu nombre es femenino y singular, y al pronunciarte siento percibir un aroma de mujer.


Pepa Fernández – 26-08-03

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