LA VIDA SI FUESE OTRA VIDA,

- Había un lugar diferente, donde todo acontecía de otra manera, nadie cuestionaba su forma de vida, ni como discurría ésta. Los ojos de los lugareños, saciados estaban de sentir el amanecer en todo su esplendor, rompiendo poco a poco la oscuridad que ayudó a descansar los cuerpos. Segundo a segundo, tenían el privilegio de ver la luz hacerse dueña de los montes, el río, el valle... hasta eran capaces de percibir como quedaban establecidas las sombras, cuando el amanecer se había instalado por completo.

En ese espacio de vida, los sabores eran otros sabores, el más rudo paladar disfrutaba del trigo o el centeno cuando saboreaba el pan de cada día. Las frutas eran regalo divino a la hora de compartirlas en la mesa, otras veces quizá tentados por su belleza, se la llevaban del árbol a la boca. Los huertos vecinales eran auténticos vergeles, no se conocían las plagas ni las pestes amenazadoras para las cosechas, y por puro mimo de la madre naturaleza, ésta no enviaba ni sequía, ni pedrisco.

Como no se practicaba la prisa, el buen observador llegaba a captar como se formaba y crecía la más humilde de las hortalizas, o la mejor catalogada legumbre, que era todo un bien para el cuerpo. Los árboles sangraban resina de pura salud y se mantenían intactos, todavía nadie los había maltratado, en ellos, su desarrollo solo se sometía a las leyes naturales. La hierba desprendía su peculiar perfume, y, después de caída la lluvia, la tierra emanaba una húmeda y placentera sensación para el olfato. Hasta la brisa se escurría dejando un olor que no tiene explicación humana y su pureza se colaba por los cuerpos.

Nadie escatimaba su tiempo, siempre se estaba preparado para dedicárselo a los demás si lo necesitaban. En el ambiente reinaba la calma y el sosiego y esto era muy contagioso. Nadie tenía un rostro enjuto, ni un ceño fruncido, los semblantes reflejaban serenidad, ya que es fácil aflorar alegría en las miradas, cuando no prima la ambición ni el egoísmo, cuando no se sabe lo que es la frustración. En definitiva cuando dedicas tiempo a conocerte a ti mismo y te aceptas como eres.

Los sonidos por leves que fuesen se sucedían sin dejar uno atrás: Los pájaros señalando sus lógicas diferencias, el agua del río, por acá apurada, por allá dulce y serena. La fuente con su chorro inagotable y generoso. El mecido que marcaba el viento sobre los árboles y arbustos, con su peculiar siseo. Al percibir los colores que todo lo invadían se apreciaba una armoniosa e inmaculada perfección, que entraba por los ojos como el más maravilloso de los regalos.

En medio de esta belleza sin alardeo ni boato, se vivía disfrutando de lo que casi se ha perdido, ¿o quizás no?, quizás exista en algún lugar y sea cuestión de ir a su encuentro. Si no existiera habría que reinventarlo antes del fulgurante atardecer, no sea que caiga el chal de la noche y su oscuridad nos deje a todos un poco ciegos.
Pepa Fernández 14-10-03

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