LAS TRIBULACIONES DE UN INQUILINO AVERIADO

Se levantó como todos los días, antes que la claridad hiciese acto de presencia. Mecánicamente, y, por una necesidad imperiosa se lanzaba hacia la cafetera, ésta era la protagonista mañanera de la casa, no se concebía ese primer momento del día sin su penetrante aroma a café, que llegaba hasta el ultimo rincón. Así había sucedido diariamente, pero, aquel día no fue igual, el aroma tan esperado no acababa de invadir el ambiente. Poniendo cara de extrañado corrió hasta la cocina comprobando el desastre: la cafetera echaba chispas, un agua negruzca se desbordaba a modo de catarata y algunos pedazos volaban por el aire.

Con los minutos contados para llegar a la oficina prefirió olvidarse del café y volver al aseo.Cuando daba los últimos toques a su afeitado, siente una inusual humedad en los pies, apercibiéndose con el consabido asombro, que es por la tubería del lavabo por donde sale el agua a borbotones. Como era hombre de recursos, sin más dilación llamó al servicio de fontanería, pensando, -esto se arregla en un santiamén-. Cual sería su sorpresa al oír que la voz que contestaba al teléfono no era humana, sino creada a partir de hilos y corriente eléctrica, como un autómata le pedía datos y más datos; le mandaba pulsar teclas y contestar si ó no a las preguntas que le hacía.

Mientras tanto el agua se deslizaba dulcemente por toda la casa. Ante tanto desconcierto prefirió ir al grano y cerrar la llave de paso. Lo de llamar lo dejare para más tarde -se dijo- . Procurando no resbalar y después de dejar medio ajuar por el suelo para empapar el agua, salió hacia su trabajo, y, como la puntualidad no era su principal virtud, nadie dio importancia al retraso.

Durante la mañana hizo varias llamadas al servicio técnico, unas veces le encaminaban a otro departamento; otras, con una repetitiva musiquilla quedaba pegado al auricular, para terminar perdiendo los nervios. Después de muchos intentos y ya casi entrada la tarde, consigue oír una amable y cadenciosa voz que le escucha y le toma datos, pero que contundentemente le ordena que en cuestión de minutos tiene que estar en su domicilio, ya que el fontanero se encamina hacia allí. Sin apenas capacidad de reacción, sale todo lo aprisa que puede de la oficina, toma el primer taxi que pasa e intenta relajarse, pensando únicamente en llegar a tiempo, ya que la jornada está a punto de acabar.

Cuando el taxi enfoca el portal, ve apoyado en la puerta al operario con su riguroso maletín metálico. A la frenética orden de parar, continua un chirriante frenazo, al tiempo que se abre la puerta y aparece una muleta y tras ella un torpe cuerpo con una pesada pierna. El esfuerzo que tuvo que hacer para toda la maniobra de salida, no fue inconveniente para regalar su mejor sonrisa al hombre tan esperado. A la pregunta de que le pasó, éste le contesta con cara de resignación, -no, nada-, patiné en un charco y me hice un esguince.


Pepa Fernández (11-11-03)

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