RETAZO DE VIDA EN SEPIA


En sepia era la España de este relato, a penas había color en los pueblos y ciudades, la luz no era luz, era más bien lánguida sombra; los hombres eran oscuros y muy delgados, con ojos que decían mucho de sufrimiento; las mujeres, quizás por su condición, querían a toda costa sentirse favorecidas y la mayoría de las veces solo conseguían parecer rancias muñecas.

A menudo, al pasar por las calles se oían coplas del más surrealista de los folclores de la época, cantadas por una Imperio Argentina, o tal vez por el ama de la casa, que de esta forma evadía y transformaba la cruda realidad que se vivía, y por unos instantes la convertía en aventuras de vida frívola o en pasiones malogradas que era todo lo que encerraban aquellas canciones.

Los niños tenían que emplear la imaginación sacando recursos de donde no los había para realizar juegos, muchas veces inventados por ellos mismos, o acudiendo a los ancestrales con toda su fantasía. Eran contados los juguetes que se podían comprar, esto solo quedaba para los privilegiados que tenían acceso a ese lujo. La vida era simple y sencilla, pero muy complicada a la vez, existían las penurias del día a día, todos tenían que ir a "una", había demasiadas heridas, demasiados miedos y demasiadas humillaciones, había odios y fanatismos, pero también muchos ideales, hasta llegar a dar la vida por ellos. Esto y mucho más era lo que llevaban aquellas gentes en sus carnes, en sus rostros y en sus memorias. Ahora la meta era olvidarlo, el halo que les quedaba de vida o de esperanza había que apurarlo, había que recuperar el tiempo pasado, quizás el destino así lo quiso.

En medio de este ir y venir (en esa época se caminaba más de un sitio para otro), en las calles eran contados los coches y como joya del transporte público circulaba un tranvía, por eso digo que en medio de este "trajín", se encuentra Maria, y con ella un sinfín de hombres y mujeres que salían de sus casas por una necesidad de supervivencia que era ganarse el pan y poco más, sencillamente para salir adelante. En estos momentos se produce una imagen que yo particularmente siempre la observe con mucha curiosidad y que duraría unas décadas más, que es el movimiento ingente de hombres con sus fundas de trabajo accediendo a las fábricas al toque de repetitivas sirenas, era mucha la necesidad de mano de obra, se partía como quien dice de cero. Todo ello es ya una visión para el recuerdo. Como decía, estaba Maria corriendo casi siempre tras el tranvía para acudir a su trabajo. Pero la verdadera historia para ella comienza años atrás, cuando solo era una rescamplada moza con apenas 19 años, llevando como únicas pertenencias su juventud y el amor que tenia al que iba a ser su marido, éste con buena figura, delgado y moreno, destacaba en él su pelo que brillaba como brilla la luna para los enamorados.

Y así de esta manera y en vísperas de una guerra incruenta, se acercó Maria al altar para unirse ante Dios con el que amaba con todas sus fuerzas, ajena a lo que se estaba preparando en las entretelas del ejército español. Fue el cura el único que tenia información de buena fuente y muy claro les anticipó lo que se venia encima, pero ya no se iba a dar marcha atrás, el amor por encima de todo, el amor y lo que ya estaba en camino.

El que se anticipo a los acontecimientos no se equivocó, en cuestión de meses se armó la "marimorena" en esta España, todo iba a tomar un giro imprevisible. Maria como si despertará del mejor de los sueños, se quedó sin proyecto, sin futuro y sin su recién estrenado compañero, eso sí con una hermosa hija.

Todo ocurrió muy rápido y a la vez torpemente. Su marido estaba lleno de confusión y de miedos, quizás su juventud ante los hechos monstruosos que acontecían, era la causa de tanta duda y frustración. En la fábrica donde trabajaba pasaron cosas muy raras y sin saber que hacer, solo se le ocurrió marchar sin rumbo para unirse a cualquier bando, no era su guerra, sus ideales no eran precisamente bélicos, no era fanático, solo tenia claro que su afán era el amor y la paz, no pertenecía a ninguna facción, ¿Por qué se le pedía un esfuerzo tan grande? Salió al mar como pudo, llegó a la extenuación, cruzó tierras inhóspitas llenas de miseria, luchó en frentes... pero lo más duro era estar lejos de aquel sueño de vida que era su mujer y su apenas conocida hija.

Pasaban los meses, y a pesar de tenerlo todo en contra, mantenía fresco y vivo el sentimiento por la persona que había elegido para compartir su existencia, cada vez era más fuerte el ansiado deseo de estar junto a ella, solo podía idealizarla en su corazón, estaba lleno de juventud y no superaba que aquel hermoso comienzo le fuera arrebatado por los odios y las incomprensiones que traen la guerra.

Un día tuvo ocasión de enviar una carta (si así se podía llamar), a su mujer. Solo 10 palabras, era la exigencia del Organismo Internacional que iba a hacer llegar el mensaje, ¡solo 10!, solo 10, cuando en su mente fluían a borbotones sentimientos y deseos insaciables que expresar a ese ser que todavía era sueño para él, y que no sabia si volvería a ver.¿Como empezar?, ¿Como expresar tanto amor contenido con tan pocas palabras? Tuvo que tragar las lagrimas, le pareció injusto lo que el destino le deparaba, de esa manera como se siente la injusticia cuando se es joven. Por estar en medio de un horror que no entendía, se consideraba castigado hasta el extremo sin merecerlo, y empapado en esa amargura, la vida le daba la oportunidad de enviar 10 palabras a sus seres queridos Era la ironía del destino, a caso lo último que podía decirles. Fue tal el dolor que tuvo que soportar, que sintió desgarrarse algo en su interior, pensó que nunca volvería a ser el de antes, algo le estaba marcando para toda la vida, y cerrando los ojos con mucha fuerza para sostener sus lagrimas quiso sentir por un instante el olor a recién nacido de su hija.
Pepa Fernández 2001

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